En avicultura alternativa, uno de los temas que más preocupan es el picaje. No solo porque afecta directamente al bienestar de las aves, también porque, cuando se instala, puede llegar a ser difícil de controlar. Y aunque solemos hablar del picaje como si fuera un problema en sí mismo, la realidad es que suele ser la consecuencia de un desequilibrio previo.
Por eso, hoy queremos repasar algunas de las causas más habituales que lo desencadenan y por qué es tan importante estar atentos a los primeros signos.
El ambiente
Las gallinas, como cualquier otro animal, necesitan unas condiciones mínimas para estar tranquilas. Si por la noche la temperatura sube más de la cuenta o se acumulan gases irritantes como el amoníaco, las aves no descansan bien. Y si no descansan, durante el día están más tensas, más irritables… y ahí es cuando empiezan los conflictos.
En este sentido, mantener una ventilación constante durante la noche, aunque haga calor, es más que recomendable. También es importante vigilar los niveles de NH3 (amoníaco), porque aunque la legislación permita hasta 20 ppm, pasar de 5 ya puede tener consecuencias negativas.
El problema de la jerarquía
La gallina es un animal muy jerárquico, sobre todo cuando vive en grupos grandes. Si desde la recría ya hay desigualdades de tamaño o acceso al alimento, esas diferencias se mantendrán. Las más débiles terminarán siendo blanco fácil. Es algo que se puede agravar si el diseño del aviario favorece que unas tengan siempre mejores sitios o acceso más cómodo a los comederos.
Un lote homogéneo y una distribución pensada para que todas tengan las mismas oportunidades reduce bastante el riesgo de que aparezca este tipo de tensión.
Parásitos que no dejan dormir
El ácaro rojo es otro gran culpable. Aunque no siempre se le relaciona directamente con el picaje, hay que tener en cuenta que actúa por la noche, cuando las aves deberían estar descansando. Un gallinero con presencia de este parásito se convierte en un entorno estresante, lo que afecta al comportamiento de las gallinas incluso durante el día.

Aquí no se puede dudar. Ante una infestación, lo mejor es actuar rápido con un tratamiento eficaz en agua de bebida, sobre todo si el problema ya se ha descontrolado.
Diferenciación fenotípica
Cuando en un mismo lote hay gallinas con plumajes distintos, o cuando el diseño del gallinero provoca que unas se ensucien más que otras (por ejemplo, por dormir justo debajo), pueden aparecer contrastes de color que llamen la atención de las compañeras. Y si hay algo que despierta el instinto de picaje, es precisamente lo que destaca.
Esa diferenciación visual provoca un efecto dominó que empieza por un plumón arrancado y acaba, en pocos días, con aves completamente desplumadas.
Demasiado tiempo libre
En instalaciones donde el pienso se presenta en pellet, las gallinas se sacian rápido y eso hace que tengan más rato de inactividad. Si no tienen nada más con lo que entretenerse, pueden empezar a buscar estímulos entre sus compañeras. Y de nuevo, aparece el picaje.
Enriquecer el entorno con pacas de alfalfa, objetos para picotear o, mejor aún, acceso a un parque atractivo con sombras y refugios, es una buena forma de mantenerlas ocupadas de forma natural.
¿Qué debemos hacer para evitarlo?
Para evitar que el picaje se convierta en un problema serio está en detectarlo a tiempo. No hace falta hacer nada especial, basta con pasar unos minutos al día simplemente observando el comportamiento de las aves. El primer signo que suele aparecer es el desplume justo en la base de la cola. Si se detecta ahí, aún hay margen para actuar.
Una vez localizado el foco, hay que revisar qué lo está provocando: puede ser la luz natural entrando de forma desigual, corrientes de aire mal gestionadas o incluso una mala distribución del ruido en la nave.